domingo, 17 de julio de 2011

Reseña GLEE

Después de Perdidos (Lost) parecía que ninguna serie podía ocupar el vacío de aquellos adolescentes sedientos de buenas ficciones norteamericanas.Glee se estrenó en septiembre de 2009 y poco a poco ha acabado convirtiéndose en un fenónemo sin precedentes de cuya cosecha han surgido seis discos oficiales, otros tantos EPs, apariciones de los actores en programas como American Idol, una carrera cinematográfica más que sólida para muchos de sus intérpretes, y en un futuro un reality show y una película en 3D que recogerá los mejores momentos de la gira que los artífices de la serie han llevado por toda Norteamérica. Había motivos para pensar que una comedia musical ambientada en un instituto de Ohio iba a ser un sonoro fracaso, pero Fox ha logrado lo impensable: ganar dos años seguidos el Globo de oro a la mejor serie de comedia, sin olvidar los galardones que han recogido Chris Colfer y Jane Lynch por sus aportaciones secundarias. Pese a esto, la resistencia hacia una serie tan rosa y aparentemente superficial como Glee era notable y muchos no la vimos hasta contar con el veredicto positivo de audiencia y crítica. Con dos temporadas a sus espaldas, con el futuro incierto que marcará la próxima tercera entrega de capítulos y conscientes de hacer referencia a uno de los tótems culturales de toda una generación, toca hablar de Glee y analizar aquellos detalles que la han convertido en esa nadería irresistible que mantiene en vilo a millones de televidentes.


Bien pensado, era casi esperable que este blog fuera el último en caer en el embrujo de los estudiantes cantarines de Glee. Descubrí las Spice Girls cuando todos los niños del colegio ya coleccionaban las fotos y cromos de las chicas británicas. Britney Spears fue un descubrimiento del instituto, cuando ya sonaba en las radios varios años antes. No había escuchado nada de Lady Gaga hasta el verano pasado, seguramente porque mis gustos musicales hace mucho tiempo que discurren en paralelo a lo que encumbran la MTV, los 40 Principales y demás. Incluso empecé a verPerdidos cuando ya se habían emitido sus dos primeras entregas. Vaya, que lo de seguir las modas no va con servidor, y no porque desconfíe de todo lo que admira la mayoría: más bien es por ignorancia de lo que se lleva, de lo que gusta. Glee, la serie de moda que habla de las modas, abre su influencia tanto para los están al día de las tendencias musicales, cinematográficas y de ropa como para esos despistados que prefieren ir por libre: Glee está dirigida a los que nacimos a finales de los 80 o a principios de los 90, los que crecimos con la cultura pop, los que aprendían coreografías en el patio del colegio y los que vieron las primeras emisiones de Operación triunfo, los que sucumbieron al fenómeno fan y los que ya en el nuevo milenio han abanderado la liberación sexual. Glee es una serie coyuntural que contextualiza muy bien las constantes de los adolescentes de hoy en día, y por defecto las de aquellos que dejaron hace poco su etapa púber o los que pronto darán el estirón. No se trata de seguir o no las modas seriéfilas, sino de formar parte de una generación con sus manías y sus reglas. Con esto, Glee era un visionado obligado, una excusa más para seguir idealizando el modelo educativo yanki que tantas veces hemos visto en series y películas.


El rasgo distintivo de Glee está en el perfil de los componentes del coro. Todos a su manera son unos inadaptados que reciben el menosprecio de sus compañeros de clase. El Glee Club los une, les da una identidad y la posibilidad de convertir sus excentricidades individuales en una pequeña mayoría que arrastra a todos los que en algún momento se han sentido fuera de lugar. Una idea harto improvable en la vida real, pero que en la ficción funciona a las mil maravillas. Por eso los chicos debían expresarse cantando: el musical es el género más fantasioso, y en la lógica de la serie es totalmente plausible que los protagonistas canten en los pasillos, baños y alrededores del instituto, a la vez que reafirman el amor hacia sus referentes y expresan sus sentimientos. Glee promueve la cultura de lo friki y lo nerd, y apela a nuestro lado más cursi (porque todos lo tenemos, porque todos querríamos estar en el Glee Club, odiar a Rachel y enamorarnos de Finn). Eso es lo que sitúa a Glee varios peldaños por encima de series adolescentes como Dawson CreceOne Tree Hill, Greek Diario secreto de una adolescente, ni qué decir de productos españoles del perfil de Física o química: Glee quiere ser la voz de sus propios espectadores, conectar con sus gustos y adaptarse a las exigencias del telespectador. De aquí que Gleecambie por exigencias del guión y también de la realidad: así lo demuestra la cita a Lady Gaga al final de la primera temporada, cuando los guionistas ya eran conscientes de la repercusión social del producto; y las referencias de la segunda temporada a  la Navidad, Halloween, San Valentín, versiones de Rihanna y Justin Bieber, musicales como Cabaret, la aparición de la profesora sustituta que da vida Gwyneth Paltrow o especiales de Madonna y Britney Spears. Al fin y al cabo, criticar Glee por su falta de verismo es un gran error: la serie en ningún momento quiere ser fiel a la realidad, pero sí ser coherente con el imaginario de los que conocen la verdadera atmósfera que se respira en los pasillos de una institución educativa. Por eso el señor Schuester es profesor de castellano sin que en ningún momento nos muestre su dominio del idioma, por eso un indio retrasado es el director del centro, por eso el malo de  Noah  está loco por la estudiante más obesa, y por eso la directora de las animadoras se permite unas rabietas que a cualquier docente le costarían la expulsión inmediata.


Glee ha encontrado el discurso perfecto en el entorno perfecto: un colegio de cómic en el que el lanzamiento libre de batidos helados es el deporte oficial del alumnado. Varios de los ideales estadounidenses quedan satirizados en ese contexto de cuento. La animadora Sue Sylvester es una víctima de una sociedad competitiva, y su carácter lleno de maldades y ocurrencias punzantes es una máscara para enterrar sus traumas. El embarazo de Quinn al principio de la historia, la mojigatería de Emma, la obsesión de la mujer de la mujer de Will por quedarse embarazada y la inocencia de Finn (cree que su novia ha quedado preñada simplemente por haberse bañado con él en un jacuzzi) vienen a ser tramas envenenadas que se ríen de esos Estados Unidos tan relamidos a nivel sexual. Y si Mercedes y Tina vienen a representar las minorías étnicas del país, Kurt, el gay del grupo, encarna el alter ego del creador de la serie Ryan Murphy (algo que explicaría que su personaje tenga más peso en la segunda temporada al cambiar de instituto y enamorarse de Blaine). La cultura gay también queda representada con la supuesta bisexualidad de Santana, el jugador de rugby que esconde su homosexualidad maltratando a Kurt y el carácter de Rachel, fruto de un hogar claramente rosa. Glee está protagonizada por un grupo heterogéneo que se pelea y reconcilia, que comparten amoríos en un tira y afloja de hormonas, que creen defender el espíritu del colectivo cuando en realidad se mueven por su propio egocentrismo: Rachel quiere destacar, las demás quieren ensombrecerla, Finn quiere ser más guapo y musculado que sus compañeros de gimnasio, y las victorias del Glee Club en los concursos estatales y nacionales quieren ser una vía de prestigio para ganarse el respeto de sus compañeros de recreo. ¿Acaso nuestra generación, criada en el seno del bienestar social, no se mira demasiado el ombligo?


Con todo esto, el blog se posiciona. Si bien la segunda temporada marca la definitiva mercantilización de la serie y la pérdida total de espontaneidad de los guiones, la serie sigue resultando tan entretenida como el primer día.Glee gana puntos cuando es más surrealista, cuando recurre al sublime personaje de Sue Sylvester y su ayudante con síndrome de Down, incluso cuando deja que Brittany diga sus tonterías de niña pequeña. Aunque todo resulte 'adorablemente imposible', la serie deberá ser fiel a su premisa y dejar que los personajes se graduen y abandonen el instituto, y a partir de aquí será difícil que los espectadores simpaticen con nuevos personajes.Glee ya ha conquistado su cenit y puede que en los próximos Emmys y Globos de oro retroceda posiciones. Si Murphy es inteligente, la venidera tercera temporada será la última para intentar no desvirtuar la esencia de la historia, algo que por desgracia no sucederá. Porque Glee, por depender de y ser una moda, se agotará toda sola. Aunque aún nos queda por delante un nuevo curso y una graduación final que cierre, si no la serie, sí el conjunto de tramas que abría su impecable primera temporada. Hasta entonces, el blog la acompañará y la aplaudirá. Al menos tenemos la certeza de que Glee, como OT, Michael Jackson y otros, siempre formará parte de la identidad de toda una generación, comoPerdidos (Lost) lo fue en otros aspectos. Así que si no la vieron, despójense de cualquier prejuicio; y si están al día de lo que sucede en el Instituto McKinley, en septiembre volveremos con el ritual de descargas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario